Sus ojos eran profundos, podía ella fijar una mirada en tan sólo dos segundos, su faz proyectaba una vida plagada de experiencia. Sus pupilas dilatadas y los párpados bien abiertos mostraban que ella permanecía alerta a encontrar cualquier mínimo cambio en su cotidiano viaje. Allí estaba ella, cruzando la puerta del vagón con paso firme, segura de seguir su rutina diaria, con la ruta planeada. Al cruzar la puerta, ella me miró y dos segundos fijó en mis ojos su mirada. Durante dos segundos, diez historia ficticias de su pasado y porvenir fueron por mi imaginadas. Su gesto era sobrio, ni un ligero asomo de sonrisa o sorpresa pude observar en su redonda cara. En sus ojos grandes, lubricados y brillosos pude sentir su tristeza y alegría, pero en su fija mirada sólo pude adivinar curiosidad. Era como aquella que tiene un niño al observar el comportamiento de algún insecto recien descubierto, o la de un joven quinceañero observando por primera vez la vía láctea, o quizás aquella mirada que tiene algún lector aleatorio que inesperadamente encuentra en los párrafos de algún libro alguna historia que no le permite despejar sus ojos de las páginas. Así, así era su mirada, yo era un libro, un insecto, una noche estrellada. Dos segundos y ella era todas las mujeres que he conocido, todas las mujeres que imaginé, dos segundos, eternos, infinitos. Dos segundos y se fue.
Tlato 2014